La debacle del PSC en las elecciones autonómicas catalanas es un hecho incuestionable: en el 2003, los socialistas obtuvieron 1.031.454 votos, y siete años después han perdido la mitad: tienen 570.000, a 600.000 votos de distancia de la coalición ganadora, CiU. Este hundimiento es, en parte, una manifestación local de un fenómeno global, la gran crisis de la socialdemocracia europea: 23 países de los 27 que forman la UE están gobernados por la derecha.
Los partidos socialdemócratas europeos lograron, sobre todo a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XX, importantísimos éxitos en aquellos países en los que pudieron aplicar, durante muchos años, sistemáticas políticas públicas democrático-socialistas: aumento del nivel y calidad de vida del conjunto de la población, eliminación gradual de privilegios e igualdad de oportunidades. Respetaron el sistema productivo capitalista, pero maniobraron para que los objetivos políticos socialistas pudieran regular, en la medida de lo posible, los factores económicos. Obviamente, el apoyo electoral popular a estos partidos era de una gran fidelidad.
Unos claros objetivos políticos socialistas, una potente cultura obrera comunitarista, el comportamiento honesto y ejemplar de las élites políticas socialdemócratas y una coyuntura económica de gran expansión entre 1945 y 1973 hicieron posible la realidad actual de los países escandinavos. Sin embargo, el cambio de coyuntura económica ese último año conllevó un factor de ruptura del consenso en la aplicación de políticas públicas keynesianas, intervencionistas y redistributivas. A partir de la crisis del petróleo, los partidos conservadores desarrollaron un conjunto de políticas para que los costes de las crisis recayesen sobre los sectores populares. El gran gurú de la derecha fue/es un resucitado Friedrich Hayek, y su mejor ideólogo, el filósofo político Robert Nozick: «Toda redistribución es un robo que atenta contra los derechos individuales».
Durante los años 80 y 90 del pasado siglo, el neoliberalismo fue imponiendo gradualmente su creencia en la autorregulación mágica de los mercados y se afirmó, como un mantra, que el Estado no es la solución sino el problema. La socialdemocracia no se renovó política e ideológicamente y actuó a la defensiva, cuando no se pasó con armas y bagajes a la derecha, como el caso del inmenso buñuelo de viento de la Tercera Vía del laborismo británico liderada por Tony Blair (un liberal radical), según la cual a una economía de mercado le corresponde una sociedad de mercado, argumento inadmisible desde planteamientos socialistas.
En un mundo globalizado, en el que los procesos productivos se han transnacionalizado y se han mundializado los mercados financieros, la hegemonía es ejercida por el capital financiero apátrida y depredador… que solo contempla un único objetivo: maximizar las inversiones a costa de lo que sea. Como afirmaba Herbert Marcuse, ¿qué sistema es este que para garantizar su salud lo hace a costa del malestar de las personas? La ofensiva de la derecha ideológica, cultural, económica y política desborda a la socialdemocracia en un mundo que evoluciona de las sociedades industriales a las sociedades posindustriales y donde el peso económico básico pasa del sector secundario al terciario (servicios) y la clase obrera industrial pierde, gradualmente, su anterior gran peso sociológico. Profundas transformaciones económicas estructurales, cambios ideológicos y decisivos cambios culturales. Entre ellos la disminución paulatina de la importancia de la cultura obrera comunitarista y solidaria y su sustitución por subculturas hiper-individualistas, consumistas e insolidarias.
Mientras que la socialdemocracia ha perdido el norte y se limita a ofrecer una buena gestión tecnocrática de las cuotas de poder que gestiona, la derecha conservadora tiene muy claros sus objetivos: defensa de los privilegios, disminución de las rentas del trabajo para mantener o incrementar las rentas del capital, recortes presupuestarios y reducción de los derechos sociales. Como es obvio, el resultado solo puede ser el aumento de la pobreza y de las desigualdades sociales, la precarización, el paro y el debilitamiento y la degradación de los servicios públicos. De ahí que sea tan grotesco oír a políticos que se definen de izquierdas decir que «bajar los impuestos es de izquierdas». Aceptar esa lógica de actuación política sin saber cuáles son tus objetivos finales democrático-socialistas solo puede conducir a la realidad actual de desafección de los votantes europeos con la socialdemocracia: abstención, voto conservador o aumento del voto a opciones de derecha radical populista.
La socialdemocracia no puede pretender combatir la crisis con los criterios y políticas de la derecha. Solo recuperará el apoyo social si defiende a los sectores populares de la desigualdad y la exclusión, reivindica la política como rectora de la economía y planta cara a los poderosos regulando sus desmanes insolidarios y destructores. Como afirma un sabio refrán castellano, el que no sabe a dónde va aparece en cualquier parte.
Joan Antón Mellón.